Emotivo testimonio sobre el impacto del covid19 en África, por Victoria Braquehais, con más de 10 años de trabajo en Congo y Camerún
«El coronavirus en África es una realidad todavía incipiente, pero avanza. África es un continente enorme, compuesto por 55 países, más 2 no reconocidos y 4 dependencias. Ya hay 39 países afectados y crecen los casos día a día. Por este motivo, el 17 de marzo por la noche, el Primer Ministro camerunés comunicó un paquete de 13 medidas adoptadas por el Gobierno y de aplicación a partir del día siguiente, entre las que se encuentran el cierre de fronteras, el cierre de establecimientos educativos, el control de flujo y agrupamientos de personas, las medidas de higiene y otros puntos que se han tomado en diferentes países. En la República Democrática del Congo, el Presidente anunció el día 18 de marzo por la noche toda una serie de medidas a aplicar a partir del 20 de marzo.
Algunas medidas – como el cierre de todos los establecimientos escolares – son fáciles de poner en marcha. Aquí, por ejemplo, tenemos una escuela infantil-primaria con 182 niñas y niños pigmeos y bantúes. Han abandonado las aulas y como no hay electricidad, ni ordenadores, ni libros de texto, ni plataformas educativas… se han ido a casa de sus padres, de sus abuelos o de algún familiar, y allí ayudarán a cultivar el campo, jugarán en el río, irán a cazar o a pescar… algunos es posible que no vuelvan a la escuela. Y muchos otros, esperemos, lo harán. Los más pequeños dijeron que el coronavirus había entrado en las aulas y que por eso, ellos se tenían que ir, y encerrarlo con llave, porque si no tiene a dónde ir, el coronavirus muere. Esperemos que no pierdan el curso, pero si lo pierden, lo encajarán. Están acostumbrados a tantas dificultades y vicisitudes que son resilientes y rara vez pierden la sonrisa. Como en la película de Adú, cuando el protagonista le pregunta a su hermana: “Si hubiera muerto, ¿qué habrías hecho? Continuar”.
La exigencia de no desplazarse en la medida de lo posible y de permanecer en casa, es más fácil en unas zonas que en otras. En las grandes concentraciones urbanas, en las que mucha gente vive hacinada, sin condiciones de saneamiento, sin acceso al agua, sin hogares en condiciones, sin suministro eléctrico… esto es muy complicado. Además, aquí a la gente le gusta la calle. Y está tardando mucho en comprender que este virus se extiende como la pólvora y que no se puede combatir sino quedándose en casa. A esto se juntas las interpretaciones más variopintas sobre el origen del virus, las supuestas resistencias naturales al mismo, las creencias tradicionales…
Por el contrario, en zonas rurales como la nuestra, muy alejadas, el aislamiento es casi connatural. Aquí estamos en un valle entre montañas, en plena selva. No hay buses, ni coches… apenas algunos moto-taxis que pasan de vez en cuando por si alguien quiere ir a la ciudad más cercana. No hay tiendas, ni supermercados; lo único que se puede comprar aquí es pan, fabricado localmente, y no siempre. Nunca somos muchos, y cuando el gobierno prohíbe reuniones de más de 50 personas, éstas casi nunca se dan… a no ser en los duelos, que en las epidemias en África siempre son lugares privilegiados de transmisión.
Si hablamos de los pigmeos Bagyeli, que son unos 3.000 en el mundo y que viven casi todos en esta selva del sur de Camerún, volver al interior de la selva es fácil. Allí tienen aún muchos de ellos sus campamentos; han llevado durante cientos de años una vida semi-nómada, y sobreviven muy bien de la caza, la pesca y la recogida de frutos y verduras silvestres. Nuestras niñas del Hogar, cuando vamos a la selva a cortar leña seca, encuentran “mbasso” – una especie de madroño muy rico -, ratas que cazan con trampas, champiñones y todo lo que necesitan para vivir. Es verdad que el oleoducto que se construyó por un acuerdo entre el Chad y Camerún a finales de los años 90 y también el comercio de la madera, han cambiado radicalmente el modo de vida de los Bagyeli y muchos han sido expulsados de sus tierras. La selva se está destruyendo a pasos agigantados. Pero en esta emergencia, todavía pueden refugiarse en ella. Y escuchar, bajo una noche estrellada, el croar de las ranas, el zumbido de los insectos, los aullidos de los animales salvajes y los gritos de los monos y de algún que otro gorila. Todavía se encuentran antílopes y boas, miel silvestre y medicamentos naturales con los que protegerse se las mordeduras de serpiente, de los mosquitos y con los que curarse de muchas enfermedades.
Está el tema del control del flujo de personas y el cierre de las fronteras. Esto afecta a los mercados, hace subir los precios y crea mucha inseguridad, porque casi nadie tiene poder adquisitivo para guardar un poco de comida, ni lugares apropiados para hacerlo. Al día siguiente del anuncio de las medidas, los precios se duplicaron e incluso triplicaron, aunque ahora, gracias a la intervención del Gobierno, las cosas van volviendo a la normalidad. Nosotras habitualmente comemos de forma muy sencilla así es que, aunque ahora tengamos que racionarlo todo un poco más, podremos subsistir y la verdad, somos unas privilegiadas. A lo mejor no tienes carne, o pescado, o falta fruta. Dulce habitualmente no comemos, ni tomamos bebidas… pero es que, si puedes comer cada día – en un mundo en el que 824 millones de personas pasan hambre – eres todo un afortunado. Y si puedes beber agua potable… ¡eres millonario! No tener papel higiénico aquí no es un gran problema, ¡para eso están las hojas de los árboles! Aunque nos puedan faltar algunas cosas, no nos podemos quejar de nada, y sólo podemos dar gracias y tener nuestro corazón y nuestras manos abiertas a los demás.
Otras medidas son más difíciles como, por ejemplo, lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón, porque según Naciones Unidas, el 63% de la población no tiene acceso a agua y jabón. El agua, y muchísimo más si es potable, es un bien muy preciado, el oro azul, al que no tienen acceso millones de personas. Y en la economía familiar de muchas personas, cuya existencia es una pura lucha por sobrevivir, comprarse una pastilla de jabón es, simplemente, un lujo. Ahora pienso y agradezco especialmente algunos proyectos que se han realizado y que se están haciendo gracias a la población española y que han llevado agua a miles de hogares en la República Democrática del Congo y en Camerún.
Si se propaga aquí la pandemia a pesar de las medidas de contención, esto puede ser un caos. Apenas hay hospitales y centros de salud, faltan muchos profesionales y todo tipo de medios. En el Hospital de Ngovayang, donde yo vivo, no hay médico y muchas veces no se puede conseguir ni un paracetamol. Imposible pensar en batas o mascarillas, ¡ni soñarlo! Sin electricidad, tampoco se podría dar oxígeno… y no quedaría otra que batallar y esperar los resultados, en una lucha cuerpo a cuerpo. Y además, aquí ya se sufren muchas otras enfermedades: malaria, fiebres tifoideas, cólera, diarreas…
Respecto a la ayuda al desarrollo, sabemos que nos esperan tiempos difíciles. De momento, están parados los plazos administrativos, se han congelado muchas convocatorias e intuimos que, cuando se despeje el panorama, habrán surgido muchas necesidades y nuevas pobrezas. De momento, con el cierre de fronteras y la devaluación del euro y del dólar, los precios están galopando a toda velocidad y es difícil adquirir muchos productos. Además, el transporte está muy controlado y las reuniones de personas también, con lo cual es difícil llevar a cabo las obras. Y, ¿se recortarán y/o suspenderán las ayudas al desarrollo? ¿Podremos hacer esos proyectos que soñábamos para la República Democrática del Congo y Camerún…? A lo mejor, a pesar de tener menos, habrá gente que pueda seguir compartiendo y podremos seguir soñando cosas que se hacen realidad. Como canta el poema de Calderón de la Barca:
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.
Ojalá este momento tan difícil saque la mejor versión de nosotros mismos y nos haga más libres, más felices, más alegres, más agradecidos, más solidarios, más sensibles… ojalá aprendamos a valorar más la vida, toda vida, cuando es incipiente, exuberante, plena, y cuando se va desgastando por la fragilidad, la enfermedad y el paso de los años. Ojalá aprendamos a mirar a la muerte con el agradecimiento por haber vivido y haber vivido con los demás, que son un regalo para nosotros. Ojalá valoremos más cada gesto, cada abrazo, cada beso, cada levantada matutina, cada desayuno, cada compra en el supermercado, cada paseo, cada puesta de sol, cada taza de café, cada encuentro con un vecino. Ojalá se nos ensanche el corazón y nos resulte más cercano el dolor de aquellos cuya vida es una lucha diaria por sobrevivir, en los slums, en los campos de refugiados, en las pateras que llegan a nuestras costas… Nuestra vida habrá estado marcada por el dolor, la incertidumbre y la crisis, pero no por eso dejará de ser bonita y emocionante.
Con cariño,
Victoria
Religiosa de la congregación de la Pureza de María