Carmen Ferrer, médica voluntaria en el Centro Médico Cristo Rey de Obout (Camerún)
«En mayo de 2019 aterricé, junto con mis tres compañeros de viaje, en un pueblecito al sur de Camerún, Obout. Allí nos esperaba un año lleno de momentos de todas las formas y colores. Con el paso del tiempo veo que lo mejor es que la mayoría de estos momentos no eran experiencias intensas y anécdotas que describir, sino días y días de tiempo sin prisas, de observar a la gente y charlar y mirar las casas y el paisaje desde la carretera. Así que hay una parte muy grande de mi tiempo allí que no son cosas que contar, ya que fueron ratos muy normales, pero vividos con mucha intensidad. Escribiendo esto, un año después de haber vuelto a España, no sé qué parte de que fuera un año maravilloso se lo debo a la experiencia en el hospital, a vivir en comunidad, a vivir en una zona rural, a la gente, a la calma… No lo sé. Todo hizo un conjunto muy bonito.
El hospital de Obout donde trabajamos consta de paritorio, farmacia, veinte camas de hospitalización, quirófano, laboratorio, consultas y ecógrafo. Mi pareja, que es internista y yo, (cirujana general), formábamos un buen equipo para sacarnos uno a otro las castañas del fuego. Él se hacía cargo de enfermedades crónicas, infecciosas y pediatría. Yo me ocupaba principalmente de cirugía, ginecología, obstetricia y también de niños (hay muchos, muchos niños). Tirábamos de telemedicina y amigos para resolver problemas a los que nunca nos habíamos enfrentado en nuestros hospitales de primer mundo llenos especialidades y pruebas. Desde aquí, si me lee alguno de esos tantos a los que escribí por WhatsApp pidiendo ayuda, les mando de corazón un enorme gracias. Sin posibilidad de buscar respuestas por internet ni pedirle al paciente que volviera al día siguiente por la certeza de que no lo haría, o con el agobio de las urgencias obstétricas, la mayoría de las dudas requerían respuesta más o menos rápida y siempre encontré gente que me ayudó. Gracias.
Tampoco hace justicia al centro el decir que éramos los dos únicos médicos, ya que el hospital tiene un equipo de auxiliares, enfermeras y enfermeros increíble, capaces de manejar partos, medicación, atender urgencias, realizar suturas, seguimiento prenatal, pasar consulta y un largo etc. Además, nos ayudaron a entender las dificultades sociales ligadas a los problemas de salud, a interpretar el porqué de las decisiones de los pacientes, nos ayudaron a tolerar la frustración que suponía mezclar los asuntos económicos y sanitarios. Nos acogieron con cerveza, cacahuetes, aguacates, deporte a las cinco de la mañana y la naturalidad con la que jugábamos con sus hijos y con la que se reían de nuestra forma de bailar de blancos.
En quirófano, el tiempo con Stephane, el enfermero entrenado en anestesia, fue una experiencia de trabajo conjunto y comunicación muy buena. Nos entendíamos muy bien en las cirugías y nos adaptábamos ambos para respetar los tiempos y necesidades del otro. Daba alegría ver lo bien que trataba a los pacientes y lo bien que amortiguaba cuando yo no me enteraba de algo o me frustraba por algo que funcionaba mal. Cuando la cosa estaba tranquila, se ponía a contar batallitas del hospital o de sus cultivos o a chapurrear un poco de español.
De verdad que no quiero idealizar la cooperación. Es frustrante, y hay muchos ratos en los que no entiendes nada ni a nadie, y nadie te entiende a ti, pero es un ejercicio bonito de trascender tus esquemas y llegar más a la raíz que nos une, y relativizar lo demás.
Hay muchas situaciones que te sitúan en un dilema ético. En Obout se ofrecen tratamientos y servicios con un coste mínimo, y se atienden las urgencias sin obligar al paciente a pagar de antemano, algo que es impensable en la mayoría de los centros sanitarios del país. Aun así, para mí era especialmente difícil aceptar que se retrasaran los tratamientos por falta de medios económicos o porque los pacientes no quisieran pagar. Tuve en muchas ocasiones que luchar contra mi tendencia a dar a todo la solución rápida y gratis que estaba en mi mano. Las enfermeras realizaban formaciones preparto en las que sensibilizaban a las embarazadas de la importancia de la atención perinatal. Se esforzaban en que tomaran conciencia de que tenían nueve meses para ahorrar para el parto. Esto es mucho mejor proyecto que atenderlas gratuitamente cuando llegan al hospital sin haber previsto nada. Es menos atractivo, da más trabajo, más dolores de cabeza y genera menos satisfacción inmediata, pero es el trabajo de hormiguita que llevan construyendo en Obout durante años y no podíamos romperlo en un año de gratuidad a la occidental.
Según fue pasando el tiempo, notamos un cambio muy grande en cómo interpretábamos las cosas que ocurrían. Poquito a poquito fuimos siendo algo capaces de salir de nuestra mente y nuestra cultura y entender un poco mejor los comportamientos y razonamientos desde el contexto de la gente. Este cambio surgió desde el cariño que ya le teníamos a la población y de que el contacto cercano con ellos nos permitió dejarnos hacer un poquito y vivir más el presente y menos la prisa.
Un ejemplo muy tonto para ilustrar esto son los horarios de salida de los autobuses entre dos ciudades. Yo viajaba con frecuencia entre Obout y Yaundé, situadas a dos horas de distancia. Al principio me enfadaba porque el autobús no salía a la hora que me decían, y me molestaba esa “falta” de eficacia, de seriedad y organización, me agobiaba sentir que estaba perdiendo el tiempo allí sentada sin hacer nada. Bueno, con el tiempo entendí que allí no tiene sentido que el autobús viaje vacío. La hora de salida del autobús es cuando el autobús se llena. Fin. Asumido esto, una se sube y se entretiene mirando por la ventana el ajetreo de la estación, y ya no hay enfado sino un cariño al lugar que ya conoces. Me acabaron encantando esos ratos, porque era una ventana cotilla por donde mirar sin incomodar a nadie. La verdad es que era muy divertido ver los contrastes: las cabras subidas como equipaje encima de los autobuses, la mujer que subía al bus y te ponía al niño en el regazo sin mediar palabra mientras colocaba sus bultos, el que se asomaba a las ventanillas para vender una pala de cavar, etc.
No fue fácil para nosotros encontrar un proyecto con el que poder colaborar. Lo cierto es que hubo más de un año de búsqueda, muchos correos y muchas conversaciones antes de encontrar un lugar donde pudiéramos trabajar los cuatro. A diferencia de lo que tenemos en mente muchas veces, los países en vías de desarrollo no se quedan parados hasta que alguien llegue para salvarlos. El centro donde trabajábamos nosotros funcionaba antes de nuestra llegada y siguió funcionando después. Estamos muy agradecidos de que nos acogieran y nos hicieran un hueco para aprender y trabajar con ellos. Ahora soy yo la que de vez en cuando recibe algún WhatsApp con alguna pequeña duda médica, y me recuerda que seguimos conectados.»