Gonzalo Morales, médico voluntario en el Centro Médico Cristo Rey de Obout (Camerún)
«Tras finalizar mi especialidad médica en 2018, estuve un año trabajando en Granada en Medicina Interna y Enfermedades Infecciosas. Cuando mi pareja terminó su especialidad en Cirugía General (mayo de 2019), tras una búsqueda algo difícil y con maravillosas coincidencias, conocimos a la Congregación de Santo Domingo y conseguimos ver cumplido un sueño pudiendo trasladarnos a Camerún para trabajar como voluntarios durante un año en un pequeño hospital que gestionaban, donde éramos los únicos dos médicos. Tuvimos la suerte de hacer este proyecto con otros dos amigos de toda la vida. El Hospital Christ Roi d’Obout brinda atención médica general a la población rural. Aunque es muy pequeño (tan solo 18 camas de hospitalización), pasan en torno a 500 pacientes al mes por su consulta, tiene un bloque quirúrgico para hacer casi todo tipo de operaciones urgentes, sala de maternidad, un pequeño laboratorio, farmacia, etc, por lo que es fácil imaginar que hay bastante trabajo.
Al llegar allí, el recibimiento fue increíble, con una fiesta de bienvenida. Les apasiona celebrar y te intentan hacer sentir como en casa desde el primer minuto. No puedo negar que me costó algunos días aprenderme el nombre del personal y de algunas hermanas y novicias (ya que la misión de las hermanas allí tenía colegio de educación secundaria, internado, noviciado y el hospital, por lo que había mucha gente), pero a mi favor he de decir que a ellos les pasaba lo mismo y a veces me confundían (y eso que solo éramos “cuatro blancos”, como nos llamaban). Al principio, el trabajo como médico en sí fue un poco difícil. El horario era de lunes a viernes de 7:30h a 15h. A partir de entonces, se quedaban de guardia los enfermeros y en caso de haber alguna urgencia te llamaban (algo que era bastante frecuente), ya que vivíamos a unos 500m del hospital.
La medicina que se hace no es muy cercana a la que estábamos acostumbrados. Aquí estamos habituados a tener prácticamente cualquier tipo de prueba diagnóstica y terapéutica en nuestra mano, a especialistas diversos a los que acudir o preguntar, una sanidad pública y universal… Allí eres “el médico”, que tiene que saber hacer una cesárea, tratar un paciente VIH con enfermedades oportunistas, sacar dientes, tratar malaria infantil o adulta, hacer ecografías y seguimiento obstétrico, tratar una tuberculosis… Y todo ello con escasos medios y en una cultura completamente distinta, donde la gente confía en muchas más cosas que en la medicina tradicional como la conocemos para curarse de diferentes dolencias. Así que tuvimos que adaptarnos para desaprender la medicina de aquí y aprender mejor la de allí, pero contamos con la ayuda y la paciencia de ellos. La impresión general que tuve fue que los enfermeros están muy capacitados y son bastante autónomos en cuanto a la toma de decisiones, lo que fue una sorpresa muy positiva, en contra de algunos de mis prejuicios antes de llegar.
No puedo negar que he experimentado durante estos meses episodios de frustración, soledad y desesperación, incomprensión. En ocasiones el choque cultural es tan grande que cuesta salvar las distancias y entendernos completamente, en ambos sentidos. Pero predominaba nuestro sentimiento de alegría, satisfacción y profunda gratitud hacia nuestros pacientes, nuestros vecinos y los trabajadores de salud locales, a los que ya llamamos amigos. Hemos aprendido mucho de su sencillez y calidez, su concepto del tiempo y su capacidad de estar presente. He valorado muchas más cosas a las que no prestaba ni atención en España y que tenía, y también otras que tienen allí y que por nuestra forma de vida hemos eliminado o restado importancia. Como médicos, nos acostumbramos a manejar problemas sanitarios en condiciones austeras, a ser médicos más generales, a curar cuando era posible curar y acompañar a pacientes terminales cuando curar ya no era una opción. Me he sentido médico y persona como nunca antes. Me considero un privilegiado por haber tenido la oportunidad de haber vivido un año allí y aún queda “gusanillo” para volver.»
Más sobre el autor
Mi nombre es Gonzalo Morales y tengo 32 años. Hace muchos años comencé a compartir con mi pareja el sueño de trabajar para alguno de los grupos más desfavorecidos y desatendidos del mundo. Este deseo común nos llevó a iniciar algunos trabajos de voluntariado y fue nuestra principal motivación para estudiar Medicina (Universidad de Granada, 2006-2012). En cuanto a mi formación médica, durante mis cinco años de residencia en Medicina Interna, intenté aprender algunos aspectos que no se suelen enseñar tan frecuentemente en nuestro país. He recibido formación en enfermedades infecciosas y medicina tropical, patologías importadas y enfermedades asociadas al viajero y, además, durante mi último año de residencia, opté por realizar una pasantía de tres meses en Medicina Tropical en la Fundação de Medicina Tropical Doutor Heitor Vieira Dourado en Manaos (Brasil), que es el hospital de referencia en enfermedades tropicales en la Amazonia brasileña.
Durante mis vacaciones de verano en el tercer y cuarto año de residencia (julio de 2017 y julio de 2018), tuve la oportunidad de pasar un mes en un hospital en Bebedja, Chad. En este centro rural, gestionado por la Hermanas Combonianas, participé como médico voluntario, ayudando en la sala de hospitalización y durante las consultas. Esas fueron nuestras primeras experiencias en el campo y nos dieron una motivación extra para continuar con nuestra formación para trabajar en cooperación en el futuro.