Entrevista a Irene García Morales, voluntaria del proyecto de Neurocooperación en África subsahariana
Con voz clara y resuelta, Irene García Morales, médica especializada en neurología, habla de su ya larga trayectoria como cooperante en el continente africano. Sus más de 14 años trabajando en el campo de la epilepsia en distintos hospitales españoles –e incluso alguno portugués–, la han llevado a ser una de las líderes del proyecto de Neurocooperación que, junto a Fundación Recover, busca mejorar la sanidad en países como Camerún y Costa de Marfil. Entre sus palabras se adivina un continente lleno de colores, elegancia e intercambios culturales enriquecedores.
Antes de empezar, me gustaría agradecerle su trabajo como voluntaria, pues es gracias a personas que donan su tiempo que muchos proyectos salen adelante. Si tuviese que definir lo que es el voluntariado en una palabra, ¿cómo lo describiría?
Es muy difícil resumirlo en una sola palabra. Yo creo que se trata de una manera de ofrecer parte de tu trabajo y recibir muchísimo a cambio. En todos los proyectos que he hecho espero haber podido colaborar y ofrecer, pero es a ti, como persona y como profesional de la salud, a quien más enriquece conocer la realidad de otros compañeros, como tú, que trabajan en países diferentes con una realidad sanitaria muy distinta. Por mucho que en la teoría conozcas la situación, es cuando la ves de cerca cuando te cambia la perspectiva y puedes ser más consciente de las carencias.
Pero, ¿cuándo surge ese interés por la cooperación?
Pues lo cierto es que me remonto ya a la residencia. Siempre pensé que me gustaría hacer algo de cooperación en cualquier ámbito, en terreno o no, pero mi rama no ofrecía muchas opciones. Por eso empecé colaborando con Médicos del Mundo en Madrid, en temas relacionados con salud sexual y reproductiva. También colaboré con ellos en Mozambique, pero la realidad es que no era mi especialidad.
Ahora ha encontrado la forma de vincular su especialidad con el voluntariado sobre el terreno, ¿cómo ha sido esa evolución?
Todo comenzó hace cinco años, cuando mi compañero David García Azorín y yo pensamos que sería interesante llevar a cabo algún proyecto relacionado con neurología en países con bajo índice de desarrollo humano. David y yo, sin saberlo, éramos ambos socios de Fundación Recover, así que cuando nos dimos cuenta planteamos la idea de colaborar a esta ONG y así surgió el proyecto Neurocooperación, que fue tomando forma con Mariana, Mónica, Patricia, Celia y María, y también con personal de Recover como Nery y Susana, y en terreno con Marcelle y Paul. Aunque no es como la oftalmología o la odontología, por ejemplo, que son especialidades más inmediatas y permiten ofrecer tratamiento u operar directamente, vimos que podíamos colaborar con patologías más a largo plazo, sobre todo en epilepsia o cefaleas, y también muy especialmente haciendo formación, porque veíamos que podíamos hacer cambios con impacto y aprovechar la formación online gracias a la herramienta de telemedicina de Fundación Recover, una plataforma muy útil que permite conectar a distancia.
¿Y cuál es el objetivo de este voluntariado?
El objetivo principal es la formación. Comenzamos en Camerún con un curso de formación sanitaria y ahora hemos decidido repetirlo en Costa de Marfil, donde viajamos el año pasado con una intención más exploratoria para poder ver las necesidades de los compañeros y pacientes de allí. Por suerte, conocimos a un grupo de psiquiatras en Bouaké que tenían como uno de sus principales proyectos a realizar la mejora de la epilepsia en el ámbito de la salud mental.
Pero la epilepsia, en España, se trabaja en el ámbito de la neurología, ¿no?
Sí. Nos tocó cambiar el chip en la forma de abordar las cosas. Allí, por temas culturales, sociales y de estigma, la epilepsia está muy en manos de psiquiatras, no de neurólogos. Gracias a ese contacto del que hablaba, se nos solicitó un curso de formación para intentar atender mejor a los pacientes con epilepsia y también en electroencefalograma, una técnica de diagnóstico muy utilizada aquí. Allí solo cuentan con un equipo para toda la región y querían formar al personal sanitario. Con esto, planteamos un curso práctico ya adaptado a las circuncidas de allí, con ejemplos prácticos, hablando del tema del estigma y de problemas más sociales. Así que este año viajamos tres neurólogas a terreno, Patri, Eva y yo, e impartimos un curso de tres días, donde expusimos qué es la epilepsia y qué tipos hay, pero muy enfocado a cómo diagnosticar y tratar de forma básica, intentando que ellos participaran viendo sus propios casos reales.
Y lo mejor es que ese es solo el principio del proyecto.
Efectivamente, esto fue solo el inicio de un curso que continuará todo el año a través de la plataforma de Telemedicina Salud 2.0 de Fundación Recover, donde nos conectamos con una frecuencia mensual y compartir casos clínicos. Durante el curso, participaron con muchas preguntas y casos y ya han manifestado deseo de participar, así que muy pronto empezaremos con la actividad online. Volvimos con buena sensación porque nos hicimos una idea de la situación allí, hablando con quienes lo viven día a día, conociendo más de cerca su realidad y a través de ellos, que es lo más importante. Tenemos la ilusión de que continúe vía online y sea a largo plazo.
Más allá del aprendizaje profesional, ¿cómo es la llegada a un país de África subsahariana, como afecta al ámbito más personal?
El choque cultural es muy importante. Solo por ser blanco eres el centro de atención y te tratan diferente: ni para bien ni para mal, solo diferente. La gente es receptiva, inspiras curiosidad por tu manera de hablar, de moverte, de vestirte… pero también al revés, es un intercambio muy enriquecedor. A mí, por ejemplo, me llaman mucho la atención los colores, que las mujeres sean especialmente elegantes y su forma de comportarse, muy bonita y llamativa de ver. Viajamos a zonas humildes, pero incluso dentro de los entornos más pobres resaltan la elegancia y la limpieza de las mujeres.
La manera de vivir también es diferente, con pocas cosas y muy simples, lo que te hace pensar en todo lo que nos sobra. Pero es bueno experimentar eso durante un tiempo. Por ejemplo, a los lugares donde viajamos, hay ocasiones en las que el acceso a la higiene o a una ducha no es como aquí, pero es que muchas veces no hace falta tanto para vivir de una manera confortable. Las comidas también son diferentes y descubres sabores especiales y ricos. Los cacahuetes son un claro ejemplo: todos volvemos con botellas de cacahuetes a España, son espectaculares y no se consiguen aquí.
Imagino que, en alguna ocasión, las diferencias también pueden suponer un obstáculo.
Sí, claro, aunque sea una experiencia sin duda enriquecedora, tiene sus cosas difíciles. Por ejemplo, el calor que pasas es muy húmedo y difícil para trabajar, o incluso tomarte la prevención de la malaria, que puede no sentar bien. Son problemas menores pero que están ahí. A veces, sobre todo cuando ya has ido varias veces, te descuidas, pero es importante vigilar siempre qué agua bebes, etc., no por ser exquisito, sino para poder seguir funcionando y que no entorpezca tu trabajo.
El balance, entonces, ¿positivo?
Sí. Mi experiencia, por suerte, siempre ha sido muy buena. Es cierto que tienes que cambiar el chip con los tiempos. En Europa somos el mundo de la inmediatez, pero en África todo lleva su tiempo, lleva un ritmo diferente. A veces cuesta, pero ves problemas que aquí son un mundo y allí no, por ejemplo no tener siempre wifi, lo que hace que si tienes algún momento de bajón no siempre puedas hablar con tu familia, pero así aprendes a mirar desde otra perspectiva.
Sin embargo, muchas veces, la cooperación recibe duras críticas.
La cooperación en general pasa por varias fases, a veces recibe muchas críticas y a veces se alaba mucho, así que es bueno tener tu propia idea. Un voluntariado es una experiencia globalmente muy positiva, no solo por poder participar y colaborar en un proyecto, o sentir que puedes ayudar a alguien, sino también por lo que te enriquece a ti desde el punto de vista cultural y personal. Vives en unas circunstancias muy distintas y creo que es algo que tienes que sentir en tu propia piel: por mucho que te cuenten o que leas, hasta que uno no va a terreno –mejor si es con gente, como en Fundación Recover, que tiene mucha experiencia– no se da cuenta de cómo es de verdad y es importante conocerlo.
¿Quiere decirle algo a futuros voluntariados?
Animarles a colaborar, para que de verdad sepan lo es. Yo he colaborado muchos años, con momentos malos y de frustración, de verlo difícil, porque tú solo no puedes esperar grandes cambios, pero también ves cómo pequeñas cosas pueden tener gran impacto. Confío en que, si los médicos de allí saben que aquí conocemos su realidad y queremos colaborar, de igual a igual, de compañero a compañero, eso les ayude en su día a día.
Además, el voluntariado te hace ver que la solución a una serie de problemas sí depende de ti, en pequeña medida y a largo plazo, pero sí se producen pequeños cambios, y aunque no son grandes números, cuando se trata de personas, los pequeños cambios son importantes.